SEMILLAS

 


“Nosotros los dioses sabemos que muchas semillas germinan cuando sus plantadores ya no viven para verlas crecer. Los individuos mueren y, sin embargo la muerte no se alza vencedora.” Irene Vallejo

 

Creo que una de las herencias más bonitas que las personas dejan en nosotros son aquellos actos sutiles que marcan y se vuelven eje de nuestra vida y hoy quiero compartirles dos grandes tesoros que mi papá me dejó como herencia y que son semillas que han ido floreciendo en mí y son: la forma en que me enseñó a mirar y gozar esta ciudad y la pasión con que emprendía cada uno de sus proyectos.

Mi amor por Cuernavaca surgió en las tardes de infancia, cuando mi papá pasaba por nosotros al negocio de mi mamá antes de las 6 de la tarde para llevarnos a hacer honores a la bandera  en Plaza de Armas con los soldados, en esas noches donde estábamos aburridas y nos llevaba al kiosko para tomar un jugo de alfafa y piña o comer un elote mientras escuchábamos a la banda de gobierno del estado sentados en una banca, o cuando podíamos andar en bicicleta o patines en esos espacios públicos. Sin saberlo, me fui enamorando de Cuernavaca mientras nos llevaba a caminar por el centro y nos contaba datos curiosos sobre las calles y/o frente a Palacio de Cortés nos relataba cómo habían descubierto “la piedra del lagarto” o cuando en Catedral nos platicaba que su papá había trabajado en la restauración de los murales  de “El martirio de San Felipe de Jesús” y le había puesto el nombre de él y su hermano a unos angelitos o cuando en su taller, mis hermanas y yo,  “le ayudamos” a hacer el mural de Quetzalcoatl y nos aprendimos todas las toponimias de los municipios de Morelos.  No puedo omitir las tardes paseando entre plantas en la famosa Feria de la Primavera o la primera vez que me llevó una función de cine, me recuerdo perfecto sentada en uno de los balcones del Teatro Ocampo viendo “Pulgarcita” y/o cuando vi un ballet en el Casino de la Selva o los jueves de luchas en la arena Isabel sentados junto a los vestidores para conseguir el autógrafo de todos los luchadores o la emoción de esperar el arranque del Rally de media noche. Esos actos cotidianos hicieron que en mi crecieran unas raíces grandes y fuertes, como las de los amates, y me enraicé tan profundamente, que por más que todos mis amigos me digan que me vaya de aquí, no puedo, esta ciudad es mi casa, en esas raíces profundas se ha tejido la historia de mi vida y no me imagino viviendo sin ver este verde que a diario invade nuestras miradas o sin el cansancio que provocan todas sus pendientes. En cada acto gozoso que compartí con mi papá  aprendí a sentir a Cuernavaca, a reconocer toda la riqueza que uno puede encontrar en los rincones de esta ciudad, si abres bien los ojos, si tienes curiosidad por saber más. Y todas estas sensaciones e ideas no se habrían engendrado en mí si mi papá no me las hubiera transmitido con toda la pasión con que siempre hacía las cosas. En sus pláticas, diseños y proyectos ponía no solo el corazón sino todos sus recursos para llegar a buen puerto. Hace dos años que me tocó empezar a poner en orden su estudio confirmé que cuando algo se le metía a la cabeza iba con todo, si se le ocurría hacer muebles compraba y leía todos los libros y revistas sobre muebles y lo mismo pasaba con la fotografía, con las flores, con la arqueología. Él me enseñó que la pasión hace la diferencia y yo creo que muchos de ustedes se amigaron con él por esa pasión que imprimía en sus pláticas. Hoy le agradezco a cada una y uno de ustedes por estar aquí, porque a través de sus recuerdos, de la continuidad que han dado a su trabajo y sobre todo, a través de la palabra lo tienen presente. El mejor homenaje para él y su vida es que sigamos platicando sobre catedral, el panteón de la leona, las cruces atriales, el punto cero y todo aquello que nos hace sentir a Cuernavaca.

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